Homilía del Papa
“Buenas noches a todos y gracias por haber venido. Hace cincuenta años,
este mismo día, yo también estaba en esta plaza, mirando a esta ventana a
la que se asomó el Papa bueno, el beato Juan XXIII, que pronunció
palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras
que salían del corazón.
Éramos felices y estábamos llenos de entusiasmo. El gran Concilio
ecuménico se había inaugurado; estábamos seguros de que llegaba una
primavera para la Iglesia, una nueva Pentecostés, con una presencia
nueva y fuerte de la gracia liberadora del Evangelio.
Hoy también somos felices, tenemos la alegría en nuestro corazón, pero
podríamos decir que es una alegría, quizás, más sobria, una alegría
humilde.
En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado
original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales,
que pueden transformarse en estructuras del pecado. Hemos visto que en
el campo del Señor también hay siempre cizaña. Hemos visto que en la red
de Pedro también hay peces podridos. Hemos visto que la fragilidad
humana también está presente en la Iglesia, que la barca de la Iglesia
también navega con viento contrario, en medio de tempestades que la
acechan y, a veces, hemos pensado: 'El Señor duerme y se ha olvidado de
nosotros'.
Esta es una parte de las experiencias de estos 50 años. Pero también
hemos tenido una experiencia nueva de la presencia del Señor, de su
bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no
es un fuego devorador o destructor; es un fuego silencioso, es una
pequeña llama de bondad, de bondad y verdad que transforma, que da luz y
calor. Hemos visto que el Señor no nos olvida.
Hoy también, a su manera, humildemente, el Señor está presente y
calienta los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de
caridad que iluminan al mundo y son para nosotros garantía de la bondad
de Dios. Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy, y podemos ser
felices también ahora porque su bondad no se apaga.¡Hoy también es
fuerte!.
Al final, me atrevo a hacer mías las palabras inolvidables del papa
Juan: “Id a vuestras casas, dad un beso a los niños y decidles que es un
beso del Papa”.
En este sentido y de todo corazón os imparto mi bendición: “Bendito sea el nombre del Señor”.
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