A San Jerónimo debemos las primeras traducciones de las Escrituras al latín, lo que dio origen a la llamada Vulgata. Esa palabra indica que se trata de una traducción para di-vulgar, una traducción para el "vulgo." Según eso, resulta paradójico que luego haya habido quienes quieran usar el latín para mantener una sacralidad basada en que las palabras no se entiendan, como si el ocaso de la inteligencia fuera el preludio necesario para el amanecer de la fe y del misterio. La radicalidad de Jerónimo está bien sintetizada en un ideal que es a la vez intelectual y espiritual: desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo. Esta no es solamente una invitación a leer más o mejor la Biblia; es la conciencia de que la carne de Cristo es real, y también que lo que creamos y prediquemos de Cristo no viene de un conjunto de ideas, sino de una historia que se entronca y enmarca en los límites comprobables y concretos de la historia de un pueblo, Israel. Esta clase de realismo es la que impide que Jesús se vuelva un objeto de fantasía, de mitología o de ideología.
Del prólogo al comentario de san Jerónimo, presbítero, sobre el libro del profeta Isaías
Cumplo con mi deber, obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras, y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues,
si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la
sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el poder
de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es
ignorar a Cristo.
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