«Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
El evangelio de hoy nos presenta a Jesús que, después de haber
predicado el sábado en la sinagoga, cura a tantos enfermos. Predicar y
sanar: esta es la actividad principal de Jesús en su vida pública. Con
la predicación él anuncia el Reino de Dios y con las curaciones
demuestra que el mismo está cerca, está en medio de nosotros.
Cuando entra en la casa de Simón Pedro, Jesús ve que su suegra está
en cama con fiebre; en seguida la toma por la mano, la cura y la hace
levantar.
Después del ocaso, cuando ha terminado el sábado, la gente puede
salir y llevarle a los enfermos, cura a una multitud de personas
afligidas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas y
espirituales. Jesús que vino en la tierra para anunciar y realizar la
salvación de todo el hombre y de todos los hombres, él demuestra una
particular predilección por aquellos que están heridos en el cuerpo y en
el espíritu: los pobres, los pecadores, los endemoniados, los enfermos,
los marginados. Él así se revela médico, sea de las almas que de los
cuerpos, buen samaritano del hombre, es el verdadero salvador. Jesús
salva; Jesús cura; Jesús sana.
Esta realidad, la curación de los enfermos por parte de Cristo nos
invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad. Sobre
este tema nos invita también la Jornada Mundial del Enfermo, que
celebraremos el próximo miércoles 11 de febrero, memoria litúrgica de la
bienaventurada Virgen María de Lourdes.
Bendigo a las iniciativas preparadas para esta jornada, en particular
la vigilia que se realizará en Roma durante la noche del 10 de febrero.
Aquí me detengo para recordar al presidente del Pontificio Consejo
(de los Operadores Sanitarios, para los enfermos, para la salud, Mons.
Zimowski, que se encuentra muy enfermo en Polonia. Una oración por él,
por su salud, porque ha sido él quien ha preparado esta Jornada, y nos
acompaña desde su sufrimiento en esta Jornada. Una oración por Mons.
Zimowski.
La obra salvadora de Cristo, no se agota con su persona durante su
vida terrena; ésta prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y
de la ternura de Dios hacia los hombres.
Al enviar en misión a sus discípulos, Jesús les confiere una doble
misión: anunciar el Evangelio de la salvación y sanar a los enfermos.
Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a
los enfermos como parte integrante de su misión.
“Los pobres y los que sufren, los tendrán siempre”, advierte Jesús. Y
la Iglesia continuamente les encuentra en la calle, considerando a las
personas enfermas como una vía privilegiada para encontrar a Cristo,
para acogerlo y servirlo.
Curar a un enfermo, acogerlo y servirlo es servir a Cristo, el enfermo es la carne de Cristo.
Esto sucede en nuestro tiempo, cuando a pesar de las diversas
adquisiciones de la ciencia, el sufrimiento interior y físico de las
personas despierta fuertes interrogantes sobre el sentido de la
enfermedad y del dolor, y sobre el porqué de la muerte.
Son preguntas existenciales a las cuales la acción pastoral de la
Iglesia debe responder a la luz de la fe, teniendo delante de los ojos
al Crucifico, en el cual aparece todo el misterio de salvación de Dios
padre, que por amor de los hombres no escatimó a su propio Hijo.
Por lo tanto cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz del
evangelio y la fuerza de la gracia a quienes sufren y a todos aquellos
que los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio
al enfermo sea realizado cada vez con más humanidad, con dedicación
generosa, con amor evangélico, y con ternura.
La Iglesia Madre, a través de nuestras manos acaricias nuestros
sufrimientos y cura nuestras heridas, y lo hace con ternura de madre.
Recemos a María, Salud de los Enfermos, para que cada persona en la
enfermedad pueda experimentar, gracias a la solicitud de quien está a su
lado, la potencia del amor de Dios y el confort de su ternura materna».
A continuación el Pontífice rezó el ángelus. Y después dirigió las siguientes palabras:
«Queridos hermanos y hermanas, hoy memoria litúrgica de santa Giuseppina Bakhita -la monja de Sudán que desde que era niña tuvo la dramática experiencia de ser víctima de la trata-, la Unión de los superiores y superioras de los institutos religiosos han promovido la Jornada de oración y de reflexión contra la trata de las personas.
Animo a proseguir, a todos los que están empeñados a ayudar a los
hombres, mujeres y niños esclavizados, abusadosomo instrumento de
trabajo o de placer, y frecuentemente torturados y mutilados.
“Deseo que todos aquellos que tienen responsabilidad de gobierno a
que se ocupen con decisión para eliminar las causas de esta vergonzosa
herida. Es verdad, es una herida indigna de una sociedad civilizada.
E invitó a “cada uno de nosotros a sentirse empeñado para ser voz de
estos nuestros hermanos y hermanas, humillados en su dignidad. Recemos
todos juntos a la Virgen, por ellos y por sus familiares”. (Ave
María...)
Saludo a todos los peregrinos presentes, a las familias y grupos
parroquales, a las asociacione. En aprticular a los fieles de Caravaca
de la Cruz (España), de Anagni, Marcon, Quartirolo y Corato; y a los
coros de la arquidiócesis de Modena-Nonantola, y a los jóvenes de
Buccinasco.
A todos les desdeo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mí. Y 'buon pranzo' y 'arrivederci'».
No hay comentarios:
Publicar un comentario