Hoy me gustaría hablarles de mi reciente viaje apostólico a Sri Lanka y
Filipinas, que realicé la semana pasada. Después de la visita a Corea
de algunos meses atrás, fui nuevamente a Asia, continente de ricas
tradiciones culturales y espirituales. El viaje ha sido sobre todo un
alegre encuentro con las comunidades eclesiales que en aquellos países,
dan testimonio a Cristo: las he confirmado en la fe y en la misión.
Conservaré para siempre en el corazón el recuerdo de la alegre acogida
de parte de las multitudes – en algunos casos incluso oceánicas – que ha
acompañado los momentos destacados del viaje. Además, he alentado el
diálogo interreligioso al servicio de la paz, como también el camino de
aquellos pueblos hacia la unidad y el desarrollo social, especialmente
con el protagonismo de las familias y de los jóvenes.
El momento culminante de mi estadía en Sri Lanka fue la canonización
del gran misionero José Vaz. Este santo sacerdote administraba los Sacramentos,
a menudo en secreto a los fieles, pero ayudaba indistintamente a todos
los necesitados, de toda religión y condición social. Su ejemplo de
santidad y amor al prójimo continúa a inspirar a la Iglesia
de Sri Lanka en su apostolado de caridad y de educación. He indicado a
San José Vaz como modelo para todos los cristianos, llamados hoy a
proponer la verdad salvífica del Evangelio en un contexto
multirreligioso, con respeto hacia los otros, con perseverancia y con
humildad.
Sri Lanka es un país de gran belleza natural, cuyo pueblo está buscando
reconstruir la unidad después de un largo y dramático conflicto civil.
En mi encuentro con las Autoridades gobernativas he subrayado la
importancia del diálogo, del respeto por la dignidad humana, del
esfuerzo de involucrar a todos para encontrar soluciones adecuadas en la
búsqueda de la reconciliación y del bien común.
Las diversas religiones tienen un papel significativo para desarrollar a
este respecto. Mi encuentro con los exponentes religiosos ha sido una
confirmación de las buenas relaciones que ya existen entre las varias
comunidades. En este contexto, he querido alentar la cooperación ya
iniciada entre los seguidores de las diferentes tradiciones religiosas,
también con el fin de poder sanear, con el bálsamo del perdón, a cuantos
todavía están afligidos por los sufrimientos de los últimos años. El
tema de la reconciliación caracterizó también mi visita al santuario de
Nuestra Señora de Madhu, muy venerada por las poblaciones Tamil y
Cingalesas y meta de peregrinación de miembros de otras religiones. En
aquel lugar santo pedimos a María nuestra Madre poder obtener para todo
el pueblo cingalés el don de la unidad y de la paz.
Desde Sri Lanka partí hacia Filipinas, donde la Iglesia se prepara para celebrar el quinto centenario de la llegada del Evangelio. Es el principal País católico de Asia, y el pueblo filipino es bien conocido por su profunda fe, su religiosidad y su entusiasmo, también en la diáspora. En mi encuentro con las Autoridades nacionales, así como en los momentos de oración y durante la concurrida Misa conclusiva, he subrayado la constante fecundidad del Evangelio y su capacidad de inspirar una sociedad digna del hombre, en la cual haylugar para la dignidad de cada uno y para las aspiraciones del pueblo filipino.
Propósito principal de la visita, y motivo por el cual decidí ir a
Filipinas, y éste era el motivo principal, ha sido el poder expresar mi
cercanía a nuestros hermanos y hermanas que han sufrido la devastación
de tifón Yolanda. Fui a Tacloban, la región más gravemente afectada,
donde he rendido homenaje a la fe y a la capacidad de recuperación de la
población local. En Tacloban, lamentablemente, las condiciones
climáticas adversas causaron otra víctima inocente: la joven voluntaria
Kristel, arrollada y muerta por una estructura azotada por el viento.
Luego he dado las gracias a quienes, de cada parte del mundo, han
respondido a sus necesidades con una generosa profusión de ayudas. La
potencia del amor de Dios, revelada en el misterio de la Cruz,
se hizo evidente en el espíritu de solidaridad demostrada por los
muchos actos de caridad y de sacrificio que marcaron esos días oscuros.
Los encuentros con las familias y con los jóvenes, en Manila, fueron
momentos destacados de la visita a Filipinas. Las familias sanas son
esenciales para la vida de
la sociedad. Dá consuelo y esperanza ver tantas familias numerosas que
acogen a los hijos como un verdadero don de Dios: ellos saben que cada
hijo es una bendición. Escuché decir que las familias con muchos hijos y
el nacimiento de tantos niños se encuentran entre las causas de la
pobreza. Me parece una opinión simplista. Puedo decir, -podemos decir
todos- que la causa principal de la pobreza es un sistema económico que
ha quitado a la persona del centro y ha colocado al dios dinero; un
sistema económico que excluye, excluye siempre, excluye los niños, los
ancianos, los jóvenes sin trabajo, y que crea la cultura del descarte
que vivimos. Nos hemos acostumbrado a ver “personas descartadas”. Éste
es el motivo principal de la pobreza, no las familias numerosas.
Evocando la figura de san José, que ha protegido la vida del “Santo Niño”, muy venerado en ese país, he recordado que es necesario proteger a las familias, que se enfrentan a diversas amenazas, de modo que puedan testimoniar la belleza de la familia en el proyecto de Dios. Es preciso también defender las familias de las nuevas colonizaciones ideológicas, que atentan su identidad y su misión.
Y fue una alegría para mí estar con los jóvenes de Filipinas, para
escuchar sus esperanzas y sus preocupaciones. He querido ofrecerles mi
aliento por sus esfuerzos para contribuir a la renovación de la
sociedad, especialmente a través del servicio a los pobres y de la
tutela del medio ambiente natural.
El cuidado de los pobres es un elemento esencial de nuestra vida y del
testimonio cristiano: he indicado esto también en la visita. Implica el
rechazo de toda forma de corrupción - porque la corrupción roba a los
pobres - y requiere una cultura de honestidad.
Doy gracias al Señor por esta visita pastoral a Sri Lanka y Filipinas.
Le pido que bendiga siempre estos dos Países y que confirme la fidelidad
de los cristianos al mensaje del Evangelio de nuestra redención,
reconciliación y comunión en Cristo. Gracias.
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