“Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
¡Que lindo domingo nos regala el nuevo año!, ¡que lindo día!
¡Que lindo domingo nos regala el nuevo año!, ¡que lindo día!
Dice san Juan en el evangelio que hemos leído hoy: 'En él estaba la
vida y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las
tinieblas, y las tinieblas no la recibieron. Venía al mundo la luz
verdadera, la que ilumina a cada hombre'.
Los hombres hablan mucho de la luz, pero con frecuencia prefieren la
tranquilidad engañosa de la oscuridad. Nosotros hablamos tanto de la paz
pero con frecuencia recurrimos a la guerra, o elegimos el silencio
cómplice o no hacemos nada de concreto para construir la paz. De hecho
dice San Juan: 'Vino entre los suyos y los suyos no lo han acogido'.
Porque el juicio es éste: la luz, Jesús, vino al mundo pero los hombres
prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malvadas.
Quien hace el mal odia la luz y no sale hacia la luz para que sus obras
no sean descubiertas. Así lo dice en el evangelio san Juan: el corazón
del hombre puede rechazar la luz y preferir las tinieblas, porque la luz
pone al descubierto sus obras malvadas. Quien hace el mal odia la luz,
quien hace el mal odia la paz.
Hemos iniciado hace pocos días el nuevo año en el nombre de la Madre
de Dios, celebrando la Jornada Mundial de la Paz sobre el tema “Nunca
más esclavos, sino hermanos”.
Mi deseo es que se acabe la explotación del hombre por el hombre.
Esta explotación es una herida social que mortifica las relaciones
interpersonales e impide una vida de comunión que busca el respeto, la
justicia y la caridad. Cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de
paz, cada hombre y cada pueblo tienen hambre y sed de paz. Por lo tanto
es necesario y urgente construir la paz. Seguramente la paz no es
solamente ausencia de guerra, pero una condición general en la cual la
persona humana está en armonía con si misma, con la naturaleza y con los
otros. Esta es la paz.
Entretanto para hacer callar las armas y apagar los focos de guerra
es una condición inevitable dar inicio a un camino destinado a alcanzar
la paz en sus diferentes aspectos.
Pienso en los conflictos que ensangrientan aún demasiadas regiones
del planeta, en las tensiones en las familias y en las comunidades. En
cuantas familias y en cuantas comunidades también parroquiales hay
guerra. Como las divergencias existentes en nuestras ciudades y en
nuestros países entre grupos de diverso origen cultural, étnico y
religioso.
Tenemos que convencernos, a pesar de las apariencias contrarias, que
la concordia siempre es posible, en todo nivel y en cada situación. ¡No
hay futuro sin propósitos y proyectos de paz! ¡No hay futuro sin la paz!
Dios en el Antiguo Testamento hace una promesa, e Isaías dice:
“Romperán sus espadas y harán arados, con sus lanzas harán hoces; una
nación no levantará más la espada contra otra nación, no aprenderán el
arte de la guerra”. ¡Bello!
La paz es anunciada, como un don especial de Dios, con el nacimiento
del Redentor: “Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”. Tal don hay
que implorado incesantemente en la oración. Acordémonos, aquí en la
plaza de ese cartel:
'En la raíz de la paz está la oración'.
Tiene que ser implorado este don y tiene que ser acogido cada día con
empeño, en las situaciones en las que nos encontramos. En el alba de un
nuevo año, todos nosotros estamos llamados a encender nuevamente en el
corazón un impulso de esperanza, que tiene que traducirse en obras
concretas de paz.
Tú no estás bien con aquel, haz la paz; en tu casa, haz la paz; en tu
comunidad, haz la paz; en tu trabajo, haz la paz. Obras de paz, de
reconciliación y de fraternidad.
Cada uno de nosotros tiene que cumplir gestos de fraternidad hacia el
prójimo, especialmente de quienes están probados por las tensiones
familiares o por dificultades de varios tipos.
Estos pequeños gestos tienen tanto valor y pueden ser semillas que
dan esperanza y pueden abrir caminos y perspectivas y de paz. Invoquemos
ahora a María, Reina de la Paz. Ella durante su vida terrena, ha
conocido no pocas dificultades, relacionadas a la fatiga cotidiana de la
existencia. Pero nunca perdió la paz de su corazón, fruto del abandono
confiado en la misericordia de Dios. A María, nuestra tierna Madre,
pedimos indique al mundo entero el camino seguro del amor y de la paz.
(Oración del ángelus)
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