Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
En esta semana, continuamos hablando de la Iglesia. Desde el
inicio, el Señor ha colmado a la Iglesia de los dones de su Espíritu,
haciéndola así siempre viva y fecunda, con los dones del Espíritu Santo.
Entre estos dones, se distinguen algunos que resultan particularmente
preciosos por la edificación y el camino de la comunidad cristiana: se
trata de los carismas. En esta catequesis sobre la Iglesia queremos
preguntarnos: ¿qué es exactamente un carisma? ¿Cómo podemos reconocerlo y
acogerlo? Y sobre todo: ¿el hecho que en la Iglesia haya una diversidad
y una multiplicidad de carismas, es visto en sentido positivo, como
algo bonito, o como un problema?
En el lenguaje común, cuando se habla de "carisma", se entiende a
menudo un talento, una habilidad natural. Se dice, "esta persona tiene
un carisma especial para enseñar, tiene talento". Así, frente a una
persona particularmente brillante y atractiva, se dice: "Es una persona
carismática". ¿Qué significa? No lo sé, pero es carismática. Y así
decimos, no sabemos qué decimos, pero decimos es carismática. En la
prospectiva cristiana, sin embargo, el carisma es mucho más que una
cualidad personal, de una predisposición de la que se puede estar
dotado: el carisma es una gracia, un don concedido por Dios Padre, a
través de la acción del Espíritu Santo. Y es un don que es dado a
alguien no porque sea mejor que los otros o porque se lo ha merecido: es
un regalo que Dios le hace, para que con la misma gratuidad y el mismo
amor lo pueda poner al servicio de toda la comunidad, para el bien de
todos.
Hablando un poco de forma humana se dice así: "Dios da esta cualidad,
este carisma a esta persona, pero no para sí, sino para que esté al
servicio de toda la comunidad". Hoy antes de llegar a la plaza he
recibido muchos muchos niños discapacitados en el Aula Pablo VI, había
muchos. Una asociación que se dedica al cuidado de estos niños. ¿Qué es?
Esta asociación, estas personas, estos hombres, estas mujeres, tienen
el carisma de cuidar a los niños discapacitados. Esto es un carisma.
Algo importante que se subraya enseguida es el hecho que uno no puede
entender por sí mismo si tiene un carisma y cuál. Pero muchas veces
nosotros hemos escuchado personas que dicen "yo tengo esta cualidad, sé
cantar muy bien". Y nadie tiene el valor de decirle "mejor que estés
callado porque nos atormenta a todos cuando tú cantas". Nadie puede
decir "yo tengo este carisma". Es dentro de la comunidad que florecen y
se desarrollan los dones de los que nos colma el Padre; y es en el seno
de la comunidad que se aprende a reconocerlos como un signo de su amor
para todos sus hijos. Cada uno de nosotros, entonces, está bien que se
pregunte: "¿Hay algún carisma que el Señor ha hecho surgir en mí, que el
Señor ha hecho surgir en mí, en la gracia de su Espíritu, y que mis
hermanos, en la comunidad cristina, han reconocido y animado? ¿Y cómo me
comporto yo en cuanto a este don: lo vivo con generosidad, poniéndolo
al servicio de todos, o lo descuido y termino por olvidarlo? ¿O quizá se
convierte en mí en motivo de orgullo, tanto como para quejarme siempre
de los otros y pretender que en la comunidad se haga a mi manera? Son
preguntas que debemos hacer. Si hay un carisma en mí, sea reconocido
este carisma, de la Iglesia y si estoy contento con este carisma. O
tengo un poco de celos del carisma de los otros. "Quiero tener ese
carisma". El carisma es un don, solamente lo da Dios. ¡La experiencia más bonita es descubrir cuántos carismas diferentes y
de cuántos de su Espíritu el Padre colma su Iglesia! Esto no debe ser
visto como un motivo de confusión, de malestar: son todos regalos que
Dios hace a la comunidad cristiana, para que pueda crecer en armonía, en
la fe y en su amor, como un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo.
El mismo espíritu que da esta diferencia de Carismas da la unidad de
la Iglesia, el mismo Espíritu. Frente a esta multiplicidad de carismas
nuestro corazón se debe abrir a la alegría y debemos pensar: "¡Qué
bonito! Tantos dones diferentes, porque somos todos hijos de Dios, y
todos amados de una manera única". Ay, entonces, si estos dones se
convierten en motivo de envidia o de división, de celos. Como recuerda
el apóstol Pablo en su Primer Carta a los Corintios, en el capítulo 12,
todos los carismas son importantes a los ojos de Dios y, al mismo
tiempo, ninguno es insustituible. Esto quiere decir que en la comunidad
cristiana necesitamos el uno del otro, y cada don recibido se realiza
plenamente cuando es compartido con los hermanos, por el bien de todos.
¡Esta es la Iglesia! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus
carismas, se expresa en comunión, no se puede equivocar: es la belleza y
la fuerza del sensus fidei, de ese sentido sobre natural de la
fe, que es donado por el Espíritu Santo para que, juntos, podamos todos
entrar en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en
nuestra vida.
Hoy la Iglesia celebra la fiesta Santa Teresa del Niño Jesús. Esta
Santa que ha muerto a los 25 años amaba tanto la Iglesia, quería ser
misionera, pero quería tener todos los carismas. Y decía "yo quiero
hacer esto, esto, esto, todos los carismas quería". Ha ido a rezar, ha
escuchado que su carisma era el amor. Y ha dicho esta bella frase "en el
corazón de la Iglesia yo seré el amor" y este carisma lo tenemos todos.
La capacidad de amar, pidamos hoy a Santa Teresa del Niño Jesús esta
capacidad de amar tanto a la Iglesia, de amarla tanto y aceptar todos
los carismas con este amor de hijos de la Iglesia, de nuestra Santa
Madre Iglesia jerárquica.
Traducido por ZENIT
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