¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
¡Gracias haber venido en tan gran número! Y gracias por su acogida festiva:
¡hoy es su fiesta, nuestra fiesta! Agradezco a monseñor Paglia y a todos
los que la han preparado. También agradezco en especial la presencia
del Papa Emérito Benedicto XVI. Tantas veces he dicho que me gusta tanto
que viva aquí en el Vaticano, porque es como tener al abuelo sabio en
casa ¡Gracias!
He escuchado los testimonios de algunos de ustedes, que presentan
experiencias comunes a tantos ancianos y abuelos. Pero uno era
diferente: el de los hermanos que vinieron desde Kara Qosh, escapando de
una persecución violenta. ¡A todos ellos juntos les decimos "gracias"
de forma especial! Es muy bello que ustedes hayan venido aquí hoy: es un
don para la Iglesia. Y nosotros les ofrecemos nuestra cercanía, nuestra
oración y nuestra ayuda concreta. La violencia contra los ancianos es
inhumana, así como la que se comete contra los niños. ¡Pero Dios no los
abandona, está con ustedes! Con su ayuda, ustedes son y seguirán siendo
la memoria de su pueblo; y también para nosotros, para la gran familia
de la Iglesia. ¡Gracias!
Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más
difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan
dando frutos. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias,
donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de
discriminación. Hemos escuchado algunas en los otros testimonios.
La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el
Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe,
nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de
los necesitados ... pero los ancianos, los abuelos tienen una capacidad
para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y
cuando rezan por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es
poderosa!
A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus
hijos (cf. Sal 128,6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la
experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de
un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el
legado más precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos
cerca! El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en
aquellos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso
por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en aquellos
países han sido los abuelos los que llevaban a los niños a bautizar a
escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué bien actuaron! ¡Fueron
valientes en la persecución y salvaron la fe en esos países!
Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que
puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos ...
con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean
para los ancianos - sean para los ancianos - y no para los intereses de
otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan
olvidados, como escondidos, descuidado. Me siento cerca de los numerosos
ancianos que viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los
que los van a visitar y los cuidan. Los hogares para ancianos deberían
ser los "pulmones" de humanidad en un país, en un barrio, en una
parroquia; deberían ser "santuarios" de humanidad, donde los que son
viejos y débiles son cuidados y custodiados como un hermano o una
hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Miren a
nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar a
un anciano, y ¡se vuelven alegres!
Pero también existe la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas
veces se descarta a los ancianos con actitudes de abandono que son una
verdadera eutanasia escondida! Es el efecto del descarte que tanto daño
hace a nuestro mundo. Se descarta a los niños, a los jóvenes y a los
ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico "equilibrado",
en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos
estamos llamados a contrarrestar esta cultura del descarte!
Nosotros, los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad,
estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más
acogedora, más humano, más inclusiva, que no necesita descartar a los
débiles de cuerpo y mente, aún más, una sociedad que mide su propio
"paso" precisamente sobre estas personas.
Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con
fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este reto. Un pueblo que
no custodia a los abuelos y no los tratan bien no tiene futuro: pierde
la memoria, y se desarraiga de sus propias raíces. Pero cuidado:
¡ustedes tienen la responsabilidad de mantener vivas estas raíces en
ustedes mismos! Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de
misericordia. Así permanecemos como árboles vivos, que aun en la vejez
no dejan de dar frutos.
¡Gracias haber venido en tan gran número! Y gracias por su acogida festiva:
¡hoy es su fiesta, nuestra fiesta! Agradezco a monseñor Paglia y a todos
los que la han preparado. También agradezco en especial la presencia
del Papa Emérito Benedicto XVI. Tantas veces he dicho que me gusta tanto
que viva aquí en el Vaticano, porque es como tener al abuelo sabio en
casa ¡Gracias!
He escuchado los testimonios de algunos de ustedes, que presentan
experiencias comunes a tantos ancianos y abuelos. Pero uno era
diferente: el de los hermanos que vinieron desde Kara Qosh, escapando de
una persecución violenta. ¡A todos ellos juntos les decimos "gracias"
de forma especial! Es muy bello que ustedes hayan venido aquí hoy: es un
don para la Iglesia. Y nosotros les ofrecemos nuestra cercanía, nuestra
oración y nuestra ayuda concreta. La violencia contra los ancianos es
inhumana, así como la que se comete contra los niños. ¡Pero Dios no los
abandona, está con ustedes! Con su ayuda, ustedes son y seguirán siendo
la memoria de su pueblo; y también para nosotros, para la gran familia
de la Iglesia. ¡Gracias!
Estos hermanos nos dan testimonio de que aun en las pruebas más
difíciles, los ancianos que tienen fe son como árboles que continúan
dando frutos. Y esto vale también en las situaciones más ordinarias,
donde, sin embargo, puede haber otras tentaciones, y otras formas de
discriminación. Hemos escuchado algunas en los otros testimonios.
La vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el
Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe,
nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de
los necesitados ... pero los ancianos, los abuelos tienen una capacidad
para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y
cuando rezan por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es
poderosa!
A los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus
hijos (cf. Sal 128,6), se les ha confiado una gran tarea: transmitir la
experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de
un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el
legado más precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos
cerca! El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en
aquellos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso
por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en aquellos
países han sido los abuelos los que llevaban a los niños a bautizar a
escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué bien actuaron! ¡Fueron
valientes en la persecución y salvaron la fe en esos países!
Pero no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que
puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos ...
con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean
para los ancianos - sean para los ancianos - y no para los intereses de
otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan
olvidados, como escondidos, descuidado. Me siento cerca de los numerosos
ancianos que viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los
que los van a visitar y los cuidan. Los hogares para ancianos deberían
ser los "pulmones" de humanidad en un país, en un barrio, en una
parroquia; deberían ser "santuarios" de humanidad, donde los que son
viejos y débiles son cuidados y custodiados como un hermano o una
hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Miren a
nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar a
un anciano, y ¡se vuelven alegres!
Pero también existe la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas
veces se descarta a los ancianos con actitudes de abandono que son una
verdadera eutanasia escondida! Es el efecto del descarte que tanto daño
hace a nuestro mundo. Se descarta a los niños, a los jóvenes y a los
ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico "equilibrado",
en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos
estamos llamados a contrarrestar esta cultura del descarte!
Nosotros, los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad,
estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más
acogedora, más humano, más inclusiva, que no necesita descartar a los
débiles de cuerpo y mente, aún más, una sociedad que mide su propio
"paso" precisamente sobre estas personas.
Como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con
fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este reto. Un pueblo que
no custodia a los abuelos y no los tratan bien no tiene futuro: pierde
la memoria, y se desarraiga de sus propias raíces. Pero cuidado:
¡ustedes tienen la responsabilidad de mantener vivas estas raíces en
ustedes mismos! Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de
misericordia. Así permanecemos como árboles vivos, que aun en la vejez
no dejan de dar frutos.
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