Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
las breves semejanzas propuestas por la liturgia de hoy son la
conclusión del capítulo del Evangelio de Mateo dedicado a las parábolas
de Reino de Dios. Entre estas hay dos pequeñas obras maestras: la
parábola del tesoro escondido en el campo y la de la perla de gran
valor. Éstas nos dicen que el descubrimiento del Reino de Dios puede
llegar de repente como al campesino que arando, encuentra el tesoro
inesperado; o después de una larga búsqueda, como para el comerciante de
perlas, que finalmente encontró la perla preciosa soñada durante mucho
tiempo. Pero en los dos casos queda el dato primario que el tesoro y la
perla valen más que los otros bienes, y por tanto, el campesino y el
comerciante, cuando lo encuentran, renuncian a todo lo demás para poder
conseguirlo. No necesitan hacer razonamientos, pensar, reflexionar: se
dan cuenta en seguida del valor incomparable de lo que han encontrado, y
están dispuestos a perder todo para tenerlo.
Así es el Reino de Dios: quien lo encuentra no tiene dudas, siente
que es lo que buscaba, que esperaba y que responde a sus aspiraciones
más auténticas. Y es realmente así: quien conoce a Jesús, quien lo
encuentra personalmente, se queda fascinado, atraído por tanta bondad,
tanta verdad, tanta belleza, y todo en una gran humildad y sencillez.
Buscar a Jesús, encontrar a Jesús. Este es el gran tesoro. Cuántas
personas, cuántos santas y santos, leyendo a corazón abierto el
Evangelio, han sido tan tocados por Jesús, que se han convertido a Él.
Pensemos en san Francisco de Asís: él era ya un cristiano, pero de "agua
de rosas". Cuando lee el Evangelio, en un momento decisivo de su
juventud, encontró a Jesús y descubrió el Reino de Dios, y entonces
todos sus sueños de gloria terrena se desvanecieron. El Evangelio te
hace conocer a Jesús verdadero, te hace conocer a Jesús vivo; te habla
al corazón y te cambia la vida. Y entonces sí, dejas todo. Puedes
cambiar efectivamente el tipo de vida, o continuar a hacer lo que hacías
antes pero tú eres otro, has renacido: has encontrado lo que da
sentido, sabor, luz a todo, también a las fatigas, también a los
sufrimientos, también a la muerte. Leer el Evangelio, leer el Evangelio.
Lo hemos hablado, ¿lo recordáis? Cada día leer un fragmento del
Evangelio. Y también llevar un pequeño Evangelio con nosotros, en el
bolsillo, en el bolso, es decir, a mano. Y allí, leyendo un fragmento,
encontraremos a Jesús.
Todo adquiere sentido cuando encuentras este tesoro, que Jesús llama
"el Reino de Dios", es decir, Dios que reina en tu vida, en nuestra
vida; Dios que es amor, paz y alegría en cada hombre y en todos los
hombres. Esto es lo que Dios quiere, es por lo que Jesús se ha donado a
sí mismo hasta morir en la cruz, para liberarnos del poder de las
tinieblas y llevarnos al reino de la vida, de la belleza, la bondad, la
alegría. Leer el Evangelio es encontrar a Jesús y tener esta alegría
cristiana que es un don del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y hermanas, la alegría de haber encontrado el
tesoro del Reino de Dios transpira, se ve. El cristiano no pude esconder
su fe, porque transpira en cada palabra, en cada gesto, también en los
más sencillos y cotidianos: transpira el amor que Dios nos ha donado
mediante Jesús. Recemos, por intercesión de la Virgen María, para que
venga a nosotros y en el mundo entero su Reino de amor, de justicia y de
paz.
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