Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
en estos domingos la liturgia propone algunas parábolas evangélicas,
es decir, breves narraciones que Jesús utilizaba para anunciar a la
multitud el Reino de los cielos. Entre las presentes en el Evangelio de
hoy hay una más bien compleja, que no se entiende desde el principio, y
Jesús da a sus discípulos la explicación: es la del grano bueno y la
cizaña, que afronta el problema del mal en el mundo y resalta la
paciencia de Dios. La escena tiene lugar en un campo donde el
propietario siembra el grano, pero una noche llega el enemigo y siembra
la cizaña, término que en hebreo deriva de la misma raíz que el nombre
"Satanás" y reclama el concepto de división. Todos sabemos que el
demonio es un cizañero, siempre intenta separar a las personas, las
familias, las naciones y los pueblos. Los siervos querían quitar en
seguida la hierba mala, pero el amo lo impide con esta motivación: "no,
que al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo". Porque
todos sabemos que cuando la cizaña crece se parece mucho al grano bueno,
y está el peligro de confundirlos.
La enseñanza de la parábola es doble. En primer lugar dice que el mal
que hay en el mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el
Maligno. Es curioso, este va de noche a sembrar la cizaña, en la
oscuridad, en la confusión, donde no hay luz pero va él y siembra la
cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien,
así es imposible separar claramente a los hombres; pero Dios, al final,
podrá hacerlo.
Y aquí llegamos al segundo tema: la contraposición entre la
impaciencia de los siervos y la paciente espera del propietario del
campo, que representa a Dios. Nosotros a veces tenemos mucha prisa en
juzgar, clasificar, poner aquí a los buenos, allí a los malos...
Recordad, la oración de ese hombre soberbio, 'te doy gracias Dios porque
yo soy bueno y no soy como ese otro que es malo'. Recordad esto. Dios
sin embargo sabe esperar. Él mira en el "campo" de la vida de cada
persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la
suciedad y el mal, pero ve también las semillas del bien y espera con
confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Que bonito es
esto. Nuestro Dios es un Padre paciente que siempre nos espera y nos
espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos,
siempre nos perdona si vamos donde Él.
La actitud del amo es la de la esperanza fundada en la certeza que el
mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y hay más. Gracias a
esta paciente esperanza de Dios, la misma cizaña, es decir, el corazón
malo con muchos pecados, al final, puede convertirse en grano bueno.
Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal, ¡no se
puede confundir entre bien y mal! Frente a la cizaña presente en el
mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de
Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una inquebrantable
confianza en la victoria final del bien, es decir, de Dios.
Al final, de hecho, el mal será quitado y eliminado: en el momento de
la siega, es decir del juicio, los sembradores seguirán la orden del
amo separando la cizaña para quemarla. El día de la siega final el juez
será Jesús, el que ha sembrado el grano bueno en el mundo y que se ha
convertido Él mismo en "grano de trigo", ha muerto y ha resucitado. Al
final todos seremos juzgados con el mismo metro, ¿cuál?, ¿con qué metro
seremos juzgados? Con el metro con el que hemos juzgado: la misericordia
que hemos usado hacia los otros será usada también con nosotros.
Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos ayude a crecer en paciencia,
esperanza y misericordia con todos los hermanos.
Rezo del ángelus.
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