“Vosotros sabéis
que el Espíritu Santo constituye el alma, la savia vital de la Iglesia y de
cada cristiano: es el Amor de Dios que hace de nuestro corazón su morada y
entra en comunión con nosotros. El Espíritu Santo está siempre con nosotros,
siempre está en nosotros, en nuestro corazón. El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf.
Jn 4, 10), es un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones
espirituales a quien lo acoge. La Iglesia enumera siete, número que
simbólicamente significa plenitud, totalidad; son los que se aprenden
cuando uno se prepara al sacramento de la Confirmación y que invocamos en la
antigua oración llamada «Secuencia del Espíritu Santo». Los dones del Espíritu
Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor
de Dios.
*Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor —y lo inspirará el temor del Señor—.
Él no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.
La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas. (Isaías 11,1-5)
«hay diversidad de dones, pero uno solo es el Espíritu» (1Cor 12,4).
*Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor —y lo inspirará el temor del Señor—.
Él no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.
La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas. (Isaías 11,1-5)
«hay diversidad de dones, pero uno solo es el Espíritu» (1Cor 12,4).
• Don de Sabiduria. El primer don es el de la
sabiduría. Ésta no es fruto del conocimiento y la experiencia humana,
sino que consiste en una luz interior que sólo puede dar el Espíritu
Santo y que nos hace capaces de reconocer la huella de Dios en nuestra
vida y en la historia. Esta sabiduría nace de la intimidad con Dios y
hace del cristiano un contemplativo: todo le habla de Dios y todo lo ve
como un signo de su amor y un motivo para dar gracias. Esto no significa
que el cristiano tenga una respuesta para cada cosa, sino que tiene
como el "gusto” y el "sabor” de Dios, de tal manera que en su corazón y
en su vida todo habla de Dios. También
nosotros tenemos que preguntarnos si nuestra vida tiene el sabor del
Evangelio; si los demás perciben que somos hombres y mujeres de Dios; si
es el Espíritu Santo el que mueve nuestra vida o son en cambio nuestras
ideas o propósitos. Qué importante es que en nuestras comunidades haya
cristianos que, dóciles al Espíritu Santo, tengan experiencia de las
cosas de Dios y comuniquen a los demás su dulzura y amor.
• Don de Inteligencia. No se trata de la
inteligencia humana o de la capacidad intelectual de la que podemos
estar más o menos dotados. Es una gracia que sólo el
Espíritu Santo puede infundir y que despierta en el cristiano la
capacidad de ir más allá de la apariencia exterior de la realidad y
escrudiñar en las profundidades del pensamiento de Dios y de su designio
de salvación."Esas cosas que
los ojos no ven, que los oídos no escuchan y que nunca entrarán en el
corazón del hombre, Dios las ha preparado para aquellos que le aman.
Pero a nosotros, Dios nos las ha revelado por medio del Espíritu Santo”.
Esto no quiere decir
que un cristiano pueda comprender todo y tener pleno conocimiento de
los diseños de Dios . Pero, como sugiere la
palabra en sí, el intelecto permite ”intus legere”, ”leer dentro”. Este
don nos hace entender las cosas como las entiende Dios, con la
inteligencia de Dios… Es un don estrechamente conectado con la fe.
Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra
mente, día tras día hace que aumente la comprensión de aquello que el
Señor ha dicho y ha cumplido. El
mismo Jesús ha dicho a sus discípulos: Yo les enviaré el Espíritu Santo
y Él les hará entender todo lo que Yo les he enseñado. Entender las
enseñanzas de Jesús, entender su Palabra, entender el Evangelio,
entender la Palabra de Dios. Uno puede leer el Evangelio y entender
algo, pero si nosotros leemos el Evangelio con este don del Espíritu
Santo, podemos entender la profundidad de las palabras de Dios. Y este
es un gran don, un gran don que todos nosotros debemos pedir y pedirlo
juntos: ¡Danos Señor el don del entendimiento!
•Don de Consejo. Como
todos los demás dones del Espíritu, también el de consejo constituye un tesoro para
toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla sólo en la intimidad del
corazón, nos habla sí, pero no sólo allí, sino que nos habla también a través
de la voz y el testimonio de los hermanos. Es verdaderamente un don grande
poder encontrar hombres y mujeres de fe que, sobre todo en los momentos más
complicados e importantes de nuestra vida, nos ayudan a iluminar nuestro
corazón y a reconocer la voluntad del Señor
• Don de Fortaleza. Con el don de fortaleza… el Espíritu
Santo libera el terreno de nuestro corazón, lo libera de la tibieza, de
las incertidumbres y de todos los temores que pueden frenarlo, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de manera auténtica y gozosa. Es una
gran ayuda este don de fortaleza, nos da fuerza y nos libera también de muchos
impedimentos.
Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las que el don de fortaleza se manifiesta de modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de quienes deben afrontar experiencias particularmente duras y dolorosas, que revolucionan su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de numerosos hermanos y hermanas que no dudaron en entregar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a su Evangelio. También hoy no faltan cristianos que en muchas partes del mundo siguen celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso cuando saben que ello puede comportar un precio muy alto. También nosotros, todos nosotros, conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, numerosos dolores. Pero, pensemos en esos hombres, en esas mujeres que tienen una vida difícil, que luchan por sacar adelante la familia, educar a los hijos: hacen todo esto porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos hombres y mujeres —nosotros no conocemos sus nombres— que honran a nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio de nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Son muchos! Demos gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo que tienen dentro quien les conduce. Y nos hará bien pensar en esta gente: si ellos hacen todo esto, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no? Y nos hará bien también pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.”
Hay también momentos difíciles y situaciones extremas en las que el don de fortaleza se manifiesta de modo extraordinario, ejemplar. Es el caso de quienes deben afrontar experiencias particularmente duras y dolorosas, que revolucionan su vida y la de sus seres queridos. La Iglesia resplandece por el testimonio de numerosos hermanos y hermanas que no dudaron en entregar la propia vida, con tal de permanecer fieles al Señor y a su Evangelio. También hoy no faltan cristianos que en muchas partes del mundo siguen celebrando y testimoniando su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten incluso cuando saben que ello puede comportar un precio muy alto. También nosotros, todos nosotros, conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, numerosos dolores. Pero, pensemos en esos hombres, en esas mujeres que tienen una vida difícil, que luchan por sacar adelante la familia, educar a los hijos: hacen todo esto porque está el espíritu de fortaleza que les ayuda. Cuántos hombres y mujeres —nosotros no conocemos sus nombres— que honran a nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes: fuertes al llevar adelante su vida, su familia, su trabajo, su fe. Estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos en la cotidianidad, santos ocultos en medio de nosotros: tienen el don de fortaleza para llevar adelante su deber de personas, de padres, de madres, de hermanos, de hermanas, de ciudadanos. ¡Son muchos! Demos gracias al Señor por estos cristianos que viven una santidad oculta: es el Espíritu Santo que tienen dentro quien les conduce. Y nos hará bien pensar en esta gente: si ellos hacen todo esto, si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no? Y nos hará bien también pedir al Señor que nos dé el don de fortaleza.”
• Don de Ciencia. Cuando se habla de ciencia, el pensamiento
va inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer siempre mejor la
realidad que lo circunda y de descubrir las leyes que regulan la naturaleza y
el universo. Pero la ciencia que viene del Espíritu Santo no se limita al
conocimiento humano: es un don especial que nos lleva a percibir, a través de
la creación, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada
criatura. Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu Santo, se abren a la
contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del
cosmos, y nos llevan a descubrir cómo cada cosa nos habla de Él, cada cosa nos
habla de su amor. ¡Todo esto suscita en nosotros gran estupor y un profundo
sentido de gratitud! Es la sensación que sentimos también cuando admiramos una
obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la
creatividad del hombre: de frente a todo esto, el Espíritu nos lleva a alabar
al Señor desde lo profundo de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que
tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por
nosotros.”
•Don de Piedad. Es necesario aclarar enseguida que este don no se
identifica con tener compasión de alguien, o tener piedad del prójimo, pero
indica nuestra pertenencia a Dios y nuestra relación profunda con Él, una
relación que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en
comunión con Él, también en los momentos más difíciles y complicados.Esta relación con el Señor no se debe entender como un
deber o una imposición, es una relación que viene desde adentro. Se trata en de
una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos la
dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo y de
alegría. Por este motivo, el don de la piedad despierta en nosotros sobre todo
la gratitud y la alabanza. Este es de hecho el sentido más auténtico de nuestro
culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la
presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos calienta el corazón y nos
mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración. Piedad, por lo tanto
es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de
aquella capacidad de rezarle con amor y simplicidad que es propio de las
personas humildes de corazón.
.
Si el don de la piedad nos hace crecer en la relación y
en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo
nos ayuda a derramar este amor también sobre los otros y a reconocerlos como
hermanos. Y entonces sí, que seremos movidos por sentimientos no de
'piadosidad' -no de falsa piedad- hacia quienes tenemos a nuestro lado y a
quienes encontramos cada día.
•Don de Temor de Dios. El temor de Dios, don del Espíritu Santo, no quiere decir tener
miedo a Dios pues sabemos que Dios es nuestro Padre, que nos ama y nos
perdona siempre. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, nos
infunde consuelo y paz, aquella actitud de quien deposita toda su
confianza en Dios y se siente protegido, como un niño con su papá.
Este don del Espíritu Santo nos permite imitar al Señor en humildad y obediencia, no con una actitud resignada y pasiva, sino con valentía, con gozo. Nos hace cristianos convencidos de que no estamos sometidos al Señor por miedo, sino conquistados por su amor de padre.
Finalmente, el temor de Dios es una "alarma”. Cuando una persona no anda por buen camino se instala en el mal, cuando se aparta de Dios, cuando se aprovecha de los otros, cuando vive apegado al dinero, la vanidad, el poder o el orgullo, entonces el santo temor de Dios llama la atención: Así no serás feliz, así terminarás mal... y no te podrás llevar nada ni de tu dinero, ni de tu vanidad, ni de tu poder, ni de tu orgullo.
Que el temor de Dios nos permita comprender que un día todo terminará y que debemos dar cuentas a Dios.
Este don del Espíritu Santo nos permite imitar al Señor en humildad y obediencia, no con una actitud resignada y pasiva, sino con valentía, con gozo. Nos hace cristianos convencidos de que no estamos sometidos al Señor por miedo, sino conquistados por su amor de padre.
Finalmente, el temor de Dios es una "alarma”. Cuando una persona no anda por buen camino se instala en el mal, cuando se aparta de Dios, cuando se aprovecha de los otros, cuando vive apegado al dinero, la vanidad, el poder o el orgullo, entonces el santo temor de Dios llama la atención: Así no serás feliz, así terminarás mal... y no te podrás llevar nada ni de tu dinero, ni de tu vanidad, ni de tu poder, ni de tu orgullo.
Que el temor de Dios nos permita comprender que un día todo terminará y que debemos dar cuentas a Dios.
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