«Agradezco al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La
Habana, sus amables palabras, así como a mis hermanos Obispos,
sacerdotes, religiosos y fieles laicos. Saludo también al Señor
Presidente y a todas las autoridades presentes.
Hemos oído en el evangelio cómo los discípulos tenían miedo de
preguntar a Jesús cuando les habla de su pasión y muerte. Les asustaba y
no podían comprender la idea de ver a Jesús sufriendo en la Cruz.
También nosotros tenemos la tentación de huir de las cruces propias y de
las cruces de los demás, de alejarnos del que sufre.
Al concluir la santa Misa, en la que Jesús se nos ha entregado de
nuevo con su cuerpo y su sangre, dirijamos ahora nuestros ojos a la
Virgen, Nuestra Madre. Y le pedimos que nos enseñe a estar junto a la
cruz del hermano que sufre. Que aprendamos a ver a Jesús en cada hombre
postrado en el camino de la vida; en cada hermano que tiene hambre o
sed, que está desnudo o en la cárcel o enfermo. Junto a la Madre, en la
Cruz, podemos comprender quién es verdaderamente «el más importante», y
qué significa estar junto al Señor y participar de su gloria.
Aprendamos de María a tener el corazón despierto y atento a las
necesidades de los demás. Como nos enseñó en las Bodas de Caná, seamos
solícitos en los pequeños de detalles de la vida, y no cejemos en la
oración los unos por los otros, para que a nadie falte el vino del amor
nuevo, de la alegría que Jesús nos trae.
En este momento me siento en el deber de dirigir mi pensamiento a la
querida tierra de Colombia, «consciente de la importancia crucial del
momento presente, en el que, con esfuerzo renovado y movidos por la
esperanza, sus hijos están buscando construir una sociedad en paz». Que
la sangre vertida por miles de inocentes durante tantas décadas de
conflicto armado, unida a aquella del Señor Jesucristo en la Cruz,
sostenga todos los esfuerzos que se están haciendo, incluso en esta
bella Isla, para una definitiva reconciliación.
Y así la larga noche de dolor y de violencia, con la voluntad de
todos los colombianos, se pueda transformar en un día sin ocaso de
concordia, justicia, fraternidad y amor en el respeto de la
institucionalidad y del derecho nacional e internacional, para que la
paz sea duradera. Por favor, no tenemos derecho a permitirnos otro
fracaso más en este camino de paz y reconciliación.
Les pido ahora que se unan conmigo en la plegaria a María, para poner
todas nuestras preocupaciones y aspiraciones cerca del Corazón de
Cristo. Y de modo especial, le pedimos por los que han perdido la
esperanza, y no encuentran motivos para seguir luchando; por los que
sufren la injusticia, el abandono y la soledad; pedimos por los
ancianos, los enfermos, los niños y los jóvenes, por todas las familias
en dificultad, para que María les enjugue sus lágrimas, les consuele con
su amor de Madre, les devuelva la esperanza y la alegría. Madre santa,
te encomiendo a estos hijos tuyos de Cuba: ¡No los abandones nunca!. Y
por favor no se olviden de rezar por mi».
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