La Madre estaba junto a la cruz
Dios quiso probar a su
Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como a
pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con
amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor.
Sí, Ella es la Virgen dolorosa.
En el cuarto evangelio,
san Juan narra que "junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la
hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19,
25). Con el verbo "estar", que etimológicamente significa "estar de
pie", "estar erguido", el evangelista tal vez quiere presentar la
dignidad y la fortaleza que María y las demás mujeres manifiestan en su
dolor.
En particular, el hecho de "estar erguida" la Virgen junto a la cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vida pública de Jesús. El Concilio recuerda que "la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium, 58).
A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, ella que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre: "Perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23 34). Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padre, que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46), ella da así, como observa el Concilio, un consentimiento de amor "a la inmolación de su Hijo como víctima" (Lumen gentium, 58).
Mujer de esperanza
En particular, el hecho de "estar erguida" la Virgen junto a la cruz recuerda su inquebrantable firmeza y su extraordinaria valentía para afrontar los padecimientos. En el drama del Calvario, a María la sostiene la fe, que se robusteció durante los acontecimientos de su existencia y, sobre todo, durante la vida pública de Jesús. El Concilio recuerda que "la bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium, 58).
A los crueles insultos lanzados contra el Mesías crucificado, ella que compartía sus íntimas disposiciones, responde con la indulgencia y el perdón, asociándose a su súplica al Padre: "Perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23 34). Partícipe del sentimiento de abandono a la voluntad del Padre, que Jesús expresa en sus últimas palabras en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46), ella da así, como observa el Concilio, un consentimiento de amor "a la inmolación de su Hijo como víctima" (Lumen gentium, 58).
Mujer de esperanza
En este supremo "sí" de María resplandece la esperanza
confiada en el misterioso futuro iniciado con la muerte de su Hijo
crucificado. Las palabras con que Jesús, a lo largo del camino hacia
Jerusalén, enseñaba a sus discípulos "que el Hijo del hombre debía
sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y
los escribas, ser matado y resucitar a los tres días" (Mc 8, 31),
resuenan en su corazón en la hora dramática del Calvario, suscitando la
espera y el anhelo de la Resurrección.
La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.
La esperanza de María al pie de la cruz encierra una luz más fuerte que la oscuridad que reina en muchos corazones: ante el sacrificio redentor nace en María la esperanza de la Iglesia y de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario