Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En estos domingos, la Liturgia nos está proponiendo, del
Evangelio de Juan, el discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, que es
Él mismo y que es también el sacramento de la eucaristía. El pasaje de
hoy (Jn 6, 51 -58) presenta la última parte de este discurso, y habla de
algunos que se escandalizaron porque Jesús dijo: “El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”
(Jn 6,54). El estupor de los oyentes es comprensible; Jesús, de hecho,
usa el estilo típico de los profetas para provocar en la gente --y
también en nosotros-- preguntas y, al final, una decisión. Primero de
todo las preguntas: ¿qué significa “comer la sangre y beber la sangre”
de Jesús? ¿es solo una imagen, un símbolo, o indica algo real? Para
responder, es necesario intuir qué sucede en el corazón de Jesús
mientras parte el pan entre la multitud hambrienta. Sabiendo que deberá
morir en la cruz por nosotros, Jesús se identifica con ese pan partido y
compartido, y eso se convierte para Él en “signo” del Sacrificio que le
espera. Este proceso tiene su cúlmen en la Última Cena, donde el pan y
el vino se convierten realmente en su Cuerpo y su Sangre. Y la
eucaristía, que Jesús nos deja con un fin preciso: que nosotros podamos
convertirnos en una sola cosa con Él. De hecho dice: “Quien come mi
carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (v. 56). Ese
permanecer en Jesús y Jesús en nosotros. La comunión es asimilación:
comiéndole a Él, nos hacemos como Él. Pero esto requiere nuestro “sí”,
nuestra adhesión a la fe.
A veces, se escucha sobre la santa misa esta objeción:
“¿Para qué sirve la misa? Yo voy a la iglesia cuando me apetece, y rezo
mejor en soledad”. Pero la eucaristía no es una oración privada o una
bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que
Jesús hizo en la Última Cena. Nosotros decimos, para entender bien, que
la eucaristía es “memorial”, o sea, un gesto que actualiza y hace
presente el evento de la muerte y resurrección de Jesús: el pan es
realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre
derramada por nosotros.
La eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a
nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión
eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la
transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos de ese “Pan de
vida” significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar
sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar
en un dinamismo de amor oblativo y convertirse en personas de paz,
personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo
que Jesús ha hecho.
Jesús concluye su discurso con estas palabras: “Quien come
este pan tendrá vida eterna” (Jn 6, 58). Sí, vivir en comunión real con
Jesús sobre esta tierra, nos hace pasar de la muerte a la vida. Y el
Cielo empieza precisamente en esta comunión con Jesús. En el Cielo nos
espera ya María nuestra Madre --ayer celebramos este misterio. Ella nos
obtenga la gracia de nutrirnos siempre con fe de Jesús, Pan de vida.
Palabras del Santo Padre después del ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos con afecto,
romanos y peregrinos: las familias, los grupos parroquiales, las
asociaciones, los jóvenes.
Saludo al grupo folclórico “Organización de arte y cultura
mexicana”, los jóvenes de Verona que están viviendo una experiencia de
fe en Roma, y los fieles de Beverare.
Dirijo un saludo especial a los numerosos jóvenes del
Movimiento Juvenil Salesiano, reunidos en Turín en los lugares de San
Juan Bosco para celebrar el bicentenario de su nacimiento; les animo a
vivir en lo cotidiano la alegría del Evangelio para generar esperanza en
el mundo.
Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, ¡no os olvidéis de rezar por mí! ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
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