"En el centro de esta celebración, que se presenta tan festiva, está
la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los Filipenses:
«Se humilló a sí mismo». La humillación de Jesús.
Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en consecuencia, el que
debe ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca dejará de
sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios
humilde.
Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla para
caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia
bien leyendo el Libro del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír
todas aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra
Moisés, pero, en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los
había sacado de la esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto
hasta la tierra de la libertad.
En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la
Pascua, seguiremos este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así
será «santa» también para nosotros.
Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para
acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que
lo venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como
un malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín,
condenado a muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la
«roca» de los discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la
muchedumbre, soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede
libre y que a él lo crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán
de él, vestido con un manto color púrpura y coronado de espinas. Y
después, a lo largo de la vía dolorosa y a los pies de la cruz,
sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que se ríen de su
condición de Rey e Hijo de Dios.
Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad. Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin humillación.
Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la
«condición de siervo». En efecto, la humildad quiere decir servicio,
significa dejar espacio a Dios despojándose de uno mismo, «vaciándose»,
como dice la Escritura. Este «vaciarse» es la humillación más grande.
Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La
mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito...
Es la otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante
cuarenta días en el desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y con
él, sólo con su gracia, con su ayuda, también nosotros podemos vencer
esta tentación de la vanidad, de la mundanidad, no sólo en las grandes
ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida.
En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y
mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí
mismos para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo,
una persona con discapacidad, un sin techo...
Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse fieles
al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia
carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser
cristianos, los mártires de hoy, hay muchos. No reniegan de Jesús y
soportan con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino.
Podemos hablar, en verdad, de «una nube de testigos»: los mártires de
hoy.
Durante esta semana, emprendamos también nosotros con decisión este
camino de la humildad, con mucho amor a Él, nuestro Señor y Salvador. El
amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él, estaremos también
nosotros".
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