domingo, 7 de diciembre de 2014

Angelus 2° Domingo de adviento



"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Este domingo marca la segunda etapa del Tiempo de Adviento, un tiempo
estupendo que despierta en nosotros la espera del regreso de Cristo y
el recuerdo de su venida histórica. La liturgia de hoy nos presenta un
mensaje lleno de esperanza Es la invitación del Señor expresada por boca
del profeta Isaías: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios"
(40,1). Con estas palabras se abre el Libro de la Consolación, en el
que el profeta dirige al pueblo en el exilio el anuncio gozoso de la
liberación. El tiempo de tribulación ha terminado; el pueblo de Israel
puede mirar con confianza al futuro: le aguarda finalmente el regreso a
casa. Y por eso, la invitación a dejarse consolar por el Señor.
Isaías se dirige a gente que ha pasado por un período oscuro, que ha
sufrido una prueba muy dura; pero ahora ha llegado el tiempo de la
consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar lugar a la alegría,
porque el Señor mismo guiará a su pueblo en el camino de la liberación y
la salvación. ¿Cómo se hará todo esto? Con el cuidado y la ternura de
un pastor que cuida de su rebaño. De hecho, Él dará unidad y seguridad
al rebaño, lo hará pastar, reunirá en su redil seguro a las ovejas
dispersas, prestará especial atención a las más frágiles y débiles (v.
11). Esta es la actitud de Dios hacia nosotros sus criaturas. De ahí que
el profeta invita a quien le escucha --incluyéndonos a nosotros, hoy-- a
difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza. El mensaje es que
el Señor nos consuela, y dejar espacio al consuelo que viene del Señor.
Pero no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si nosotros
primero no experimentamos la alegría de ser consolados y amados por Él.
Esto sucede especialmente cuando escuchamos su Palabra, el Evangelio que
tenemos que llevar en el bolsillo. No olvidaros de esto, ¿eh? El
Evangelio, en el bolsillo, en el bolso, para leerlo continuamente.
Y
esto nos da consuelo. Cuando permanecemos en la oración silenciosa en su
presencia, cuando nos encontramos con Él en la Eucaristía o en el
Sacramento del Perdón. Todo esto nos consuela.
Dejemos entonces que la invitación de Isaías --"Consolad, consolad a mi pueblo"--
resuene en nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Hoy se necesitan
personas que sean testigos de la misericordia y de la ternura del
Señor, que sacude a los resignados, reanima a los desalentados, enciende
el fuego de la esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza!
¡Nosotros, no! Muchas situaciones requieren nuestro testimonio
consolador. Ser personas alegres, consoladas. Pienso en aquellos que
están oprimidos por sufrimientos, injusticias y abusos; a los que son
esclavos del dinero, del poder, del éxito, de la mundanidad.
Pobrecillos. Tienen consuelos falsos. No, el verdadero consuelo del
Señor. Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos,
testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas
existenciales y espirituales. ¡Él puede hacerlo! ¡Es poderoso!
El mensaje de Isaías, que resuena en este segundo domingo de
Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas y un estímulo para
preparar diligentemente el camino del Señor. El profeta, de hecho, habla
hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros pecados y
nos consuela. Si nos confiamos a Él con corazón humilde y arrepentido,
Él derribará los muros del mal, llenará los hoyos de nuestras omisiones,
allanará los baches de la soberbia y de la vanidad, y abrirá el camino
del encuentro con Él. 
Es curioso pero tantas veces tenemos miedo de la consolación, de ser
consolados, es más nos sentimos más seguros en la tristeza y en la
desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi
protagonistas... En cambio, en la consolación, es el Espíritu Santo el
protagonista. Es Él el que nos consuela, es Él el que nos da la valentía
de salir de nosotros mismos, es Él el que nos lleva a la fuente de toda
verdadera consolación, es decir, al Padre. Y esto es la conversión
. Por
favor, ¡dejaos consolar por el Señor! ¡Dejaos consolar por el Señor!
La Virgen María es el "camino" que Dios mismo se ha preparado para
venir al mundo. Encomendamos a ella la esperanza de la salvación y la
paz para todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo".

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:

Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Pontífice:
"Queridos hermanos y hermanas, os saludo a todos, fieles de Roma y
peregrinos venidos de Italia y otros países: a las familias, a los
grupos religiosos, a las asociaciones. En particular, saludo a los
misioneros y misioneras Identes. ¡Tan buenos! Que lo hacen tan bien; a
los fieles de Bianzè, Dalmine, Sassuolo, Arpaise y Oliveri; a la
comunidad de rumanos Cordenons - Pordenone; a la asociación "Porta
Aperta" de Modena, a las familias de Polesine, a los chicos Petosino. Os
deseo a todos un buen domingo".
A continuación, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
"Por favor, dejaos consolar por el Señor, ¡entendido!¡Dejaos consolar
por el Señor! Y no os olvidéis de rezar por mí. Buena comida ¡hasta

pronto! Y mañana, buen día de la Inmaculada. Que el Señor os bendiga".

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