"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos. Habla de
un hombre que, antes de salir de viaje, convoca a sus siervos y les
confía su patrimonio en talentos, monedas antiguas de un grandísimo
valor. Ese amo confía al primer siervo cinco talentos, al segundo dos,
al tercero uno. Durante la ausencia del amo, los tres siervos deben
hacer rendir este patrimonio. El primer y el segundo siervo duplican
cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo a perder
todo, entierra el talento recibido en un hoyo. Al regreso del amo, los
primeros dos reciben el elogio y la recompensa, mientras el tercero, que
devuelve solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.
El significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a
Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que
el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía,
la fe en el Padre celeste, su perdón… en definitiva, tantas cosas, sus
más preciosos bienes. Este es el patrimonio que Él nos confía. ¡No sólo
para custodiar, sino para multiplicar! Mientras en el lenguaje común el
término "talento" indica una notable cualidad individual – por ejemplo,
talento en la música, en el deporte, etcétera –, en la parábola los
talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que
los hagamos rendir. El hoyo excavado en el terreno por el "siervo malo y
perezoso" (v. 26) indica el miedo del riesgo que bloquea la creatividad
y la fecundidad del amor. Porque el miedo de los riesgos en el amor nos
bloquea. ¡Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja
fuerte! No nos pide esto Jesús, sino que quiere que la usemos para
provecho de los demás. Todos los bienes que hemos recibido son para
darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijese: 'Aquí está mi
misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos abundantemente'. Y
nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos "contagiado" con
nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos animado con nuestra esperanza?
¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos
hará bien hacernos. Cualquier ambiente, también el más lejano
e impracticable, puede convertirse en un lugar donde hacer rendir los
talentos. No existen situaciones o lugares excluidos a la presencia y al
testimonio cristiano. El testimono que Jesús nos pide no está cerrado,
está abierto, depende de nosotros.
Esta parábola nos estimula a no esconder nuestra fe y nuestra
pertenencia a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a
hacerla circular en nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones
concretas, como fuerza que pone en crisis, que purifica, que renueva.
Así como el perdón, que el Señor nos dona especialmente en el Sacramento
de la Reconciliación: no lo tengamos encerrado en nosotros mismos, sino
dejémoslo que desate su fuerza, que haga caer los muros que nuestro
egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las relaciones
bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más comunicación… Y así
sucesivamente. Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que
el Señor nos ha dado, sean para los demás, crezcan, den fruto, con
nuestro testimonio.
Creo que hoy sería un bonito gesto que cada uno tomase el Evangelio
en casa, el Evangelio de San Mateo, capítulo 25, versículos del 14 al
30, Mateo 25, 14-30, y leer esto, y meditarlo un poco: 'Los talentos,
las riquezas, todo aquello que Dios me ha dado de espiritual, de bondad,
la Palabra de Dios, ¿cómo hago para que crezcan en los demás? ¿O
solamente los custodio en una caja fuerte?'.
Y además el Señor no da a todos las mismas cosas y del mismo modo:
nos conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para
nosotros; pero en todos, en todos hay algo parecido: la misma, inmensa
confianza. Dios se fía de nosotros, ¡Dios tiene esperanza en nosotros! Y
esto es igual para todos. ¡No le defraudemos! ¡No nos dejemos engañar
por el miedo, sino correspondamos confianza con confianza! La Virgen
María encarna esta actitud del modo más bello y más pleno. Ella ha
recibido y acogido el don más sublime, Jesús en persona, y a su vez lo
ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso. A Ella pidámosle que
nos ayude a ser "siervos buenos y fieles", para participar “en el gozo
de nuestro Señor”".
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del ángelus:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, el Pontífice se refirió a los incidentes
ocurridos en los últimos días, en un barrio a las afueras de Roma:
"Queridos hermanos y hermanas,
en estos días en Roma ha habido tensiones bastante fuertes entre los
residentes y los inmigrantes. Son hechos que ocurren en varias ciudades
europeas, especialmente en las zonas periféricas marcadas por
otras inconveniencias. Invito a las Instituciones, a todos los niveles, a
asumir como una prioridad la que ya constituye una emergencia social
que, de no abordarse con prontitud, y de manera adecuada, corre el
riesgo de degenerar cada vez más. La comunidad cristiana se involucra de
una manera concreta, para que no haya desencuentro sino encuentro. Los
ciudadanos y los inmigrantes, con los representantes de las
instituciones, pueden reunirse, también en una sala de la parroquia, y
hablar juntos sobre la situación. Lo importante es no ceder a la
tentación del desencuentro, rechazar toda violencia. Es posible
dialogar, escucharse, planear juntos, y de esta manera superar la
sospecha y el prejuicio y construir una convivencia cada vez más segura,
pacífica e inclusiva".
También recordó en la oración a las víctimas de la carretera:
"Hoy se celebra la “Jornada mundial de las víctimas de la carretera”.
Recordamos en la oración a cuantos han perdido la vida, deseando el
empeño constante en la prevención de los accidentes de tráfico, así como
un comportamiento prudente y respetuoso de las normas por parte de los
automovilistas".
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
"Os saludo a todos, familias, parroquias, asociaciones y fieles
particulares, que habéis venido de Italia y de tantas partes del mundo.
De manera especial, saludo a los peregrinos procedentes de Murcia
(España), Cagliari, Teramo, Gubbio y Lissone; al coro Amadeus de
Villafranca, a la asociación "Acompañantes Santuarios Marianos en el
Mundo" y a los chicos de Confirmación de Monte San Savino y de Torano
Nuovo. Saludo a los empleados del Hospital Fatebenefratelli de Roma y al
grupo de músicos del Teatro de la Opera de Roma.
Y no olvidar hoy, en casa, tomar el Evangelio de Mateo, San Mateo,
capítulo 25, versículo 14, y leerlo. Y hacerse las preguntas que
vengan".
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
"Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buena comida y ¡hasta pronto!".
(16 de noviembre de 2014) © Innovative Media Inc.
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