Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Hoy la liturgia recuerda la dedicación de la Basílica de Letrán,
catedral de Roma, que la tradición define "madre de todas las iglesia
del Urbe e del Orbe". Con el término "madre" se refiere no tanto al
edificio sagrado de la Basílica, sino a la obra del Espíritu Santo que
en este edificio se manifiesta, fructificando mediante el ministerio del
Obispo de Roma, en todas las comunidades que permanecen en la unidad
con la Iglesia que él preside. Esta unidad presenta el carácter de una
familia universal, y como en la familia está la madre, así también la
venerada catedral de Letrán hace de "madre" a la iglesia de todas las
comunidades del mundo católico. Con esta fiesta, por tanto, profesamos,
en la unidad de la fe, el vínculo de comunión que todas las Iglesias
locales, repartidas por el mundo, tienen con la Iglesia de Roma y con su
Obispo, sucesor de Pedro.
Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se llama a una
verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es signo de la
Iglesia viva y operante en la historia, es decir, de este "templo
espiritual", como dice el apóstol Pedro, del que Cristo mismo es "piedra
viva, descartada por los hombres pero elegida y preciosa delante de
Dios". Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, hablando del templo
ha revelado una realidad impresionante. Es decir, el templo de Dios no
es solamente un edificio hecho de ladrillos, es su cuerpo hecho de
piedras vivas. En la fuerza del Bautismo, cada cristiano, forma parte
del "edificio de Dios". Es más, se convierte en la Iglesia de Dios. El
edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados
por la sangre de Cristo y del Espíritu del Señor resucitado, pide a cada
uno de nosotros ser coherente con el don de la fe y cumplir un camino
de testimonio cristiano. Y no es fácil, lo sabemos todos. La coherencia
en la vida, entre la fe y el testimonio. Aquí debemos ir adelante y
realizar en nuestra vida esta coherencia cotidiana. Este es un
cristiano, no tanto por lo que dice, sino por lo que hace. Por la forma
en la que se comporta, esta coherencia que nos da vida. Y es una gracia
del Espíritu Santo que debemos pedir.
La Iglesia, al origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha
sido otra cosa que una comunidad constituida para confesar la fe en
Jesucristo Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra a través
de la caridad. Van juntas ¿eh? También hoy la Iglesia es llamada a ser
en el mundo la comunidad que, arraigada en Cristo por medio del
Bautismo, profesa con humildad y valentía la fe en Él, testimoniándola
en la caridad. Con esta finalidad esencial deben ser ordenados también
los elementos institucionales, las estructuras y los organismos
pastorales. Pero, para esta finalidad esencial, testimoniar la fe en la
caridad. La caridad es la expresión de la fe. Y también la fe es la
explicación y fundamento de la caridad.
La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, esta comunidad cristiana, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad, la Iglesia misma es signo de anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.
La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, esta comunidad cristiana, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad, la Iglesia misma es signo de anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.
Invocamos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a
convertirnos, como ella, en "casa de Dios", templo vivo de su amor.
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