"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en
el amor a Dios y al prójimo. El evangelista Mateo, cuenta que algunos
fariseos se pusieron de acuerdo para poner a Jesús a una prueba. Uno de
ellos, un doctor de la Ley le dirigió esta pregunta: '¿Maestro, en la
Ley cual es el gran mandamiento?'. Jesús citando el Libro del
Deuteronomio respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el grande y primer
mandamiento'.
Y podría haberse detenido aquí. En cambio Jesús añade algo que no
había sido solicitado por el doctor de la ley: Dice de hecho: 'El
segundo, después, es similar a este: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo'. Tampoco este segundo mandamiento es inventado por Jesús, pero lo
toma del Libro del Levítico. La novedad consiste justamente en poner
juntos estos dos mandamientos --el amor de Dios y el amor por el
prójimo-- revelando que estos son inseparables y complementarios, son
dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al
prójimo, y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios.
El papa Benedicto nos ha dejado un hermoso comentario sobre esto en su primera encíclica Deus Caritas Est.
De hecho el signo visible que el cristiano puede mostrar para dar
testimonio al mundo y a los otros y a su familia, es el amor de Dios y
el amor a los hermanos. El mandamiento del amor a Dios y al prójimo es
el primero, no porque está encima de la lista de los mandamientos. Jesús
no lo pone encima, pero en el centro, porque del corazón todo tiene que
partir y al cual todo tiene que retornar y hacer referencia.
Ya en el Antiguo Testamento, la exigencia de ser santos, a imagen de
Dios que es santo, incluía también el deber de tomarse cuidado de las
personas más débiles, como el extranjero, el huérfano, la viuda. Jesús
lleva a cumplimiento esta ley de alianza, Él que une en sí, en su carne,
la divinidad y la humanidad, en un mismo misterio de amor.
Así, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la
fe, y la fe es el alma del amor. No podemos separar más la vida
religiosa, la vida de piedad del servicio a los hermanos, a aquellos
hermanos concretos que encontramos.
No podemos más dividir la oración y el encuentro con Dios en los
sacramentos, de escuchar al otro, de la proximidad a su vida,
especialmente de sus heridas. Acuérdense de esto: el amor es la medida
de la fe. ¿Cuánto me amas tu? Y cada uno se de la respuesta. ¿Cómo es tu
fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el alma del amor.
En medio a la densa selva de preceptos y prescripciones --a los
legalismos de hoy-- Jesús opera una división que permite de ver dos
rostros: el rostro del Padre y el del hermano. No entrega dos fórmulas o
dos preceptos: no son preceptos ni fórmulas. Nos entrega dos rostros,
más aún, un sólo rostro, el de Dios que se refleja en tantos rostros,
porque en el rostro de cada hermano, especialmente en el más pequeño,
frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios.
Y deberíamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de estos hermanos
si estamos en condición de reconocer en él el rostro de ¿Dios: somos
capaces de esto?
De este modo Jesús ofrece a cada hombre el criterio fundamental sobre
el cual impostar la propia vida. Pero sobretodo Él que nos ha donado el
Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios y al prójimo como a Él.
Por intercesión de María nuestra Madre, abrámonos para recibir este
don del amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros que
son uno sólo: la ley del amor”.
A continuación el Santo Padre rezó el ángelus.
Concluida la oración saludó a los peregrinos presentes, recordó que
este sábado en Brasil fue la beatificación de monja Asunta Marchetti,
saludó a la procesión de peruanos que traía en andas a la imagen del
Señor de los Milagros, y a los fieles del movimiento Schoenstat, que
peregrinaron a Roma por el centenario de su fundación. Y también a los
peregrinos italianos, franceses y de todo el mundo allí presentes.
(26 de octubre de 2014) © Innovative Media Inc.
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