Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En nuestro itinerario de catequesis sobre la Iglesia, estamos
considerando que la Iglesia es madre. La vez pasada hemos subrayado cómo
la Iglesia nos hace crecer y con la luz y la fuerza de la Palabra de
Dios, nos indica el camino de la salvación y nos defiende del mal. Hoy
quisiera subrayar un aspecto particular de esta acción educativa de
nuestra madre Iglesia, es decir, cómo ella nos enseña las obras de
misericordia.
Un buen educador se concentra en lo esencial. No se pierde en los
detalles sino que quiere transmitir lo que verdaderamente cuenta, para
que el hijo o el alumno encuentren el sentido y la alegría de vivir. Es
la verdad. Y lo esencial, según el Evangelio, es la misericordia. Lo
esencial del Evangelio es la misericordia. Dios ha enviado su hijo, Dios
se ha hecho hombre para salvarnos, es decir, para darnos su
misericordia. Lo dice claramente Jesús, resumiendo su enseñanza para los
discípulos. “Sean misericordiosos, como el Padre vuestro es
misericordioso”. ¿Puede existir un cristiano que no sea misericordioso?
No. El cristiano necesariamente debe ser misericordioso, porque esto es
el centro del Evangelio. Y fiel a esta enseñanza, la Iglesia no puede
más que repetir la misma cosa a sus hijos: “Sean misericordiosos”, como
lo es el Padre y como lo ha sido Jesús. Misericordia.
Y entonces, la Iglesia se comporta como Jesús. No nos da lecciones
teóricas sobre el amor, sobre la misericordia. No difunde en el mundo
una filosofía, una vía de sabiduría…Cierto, el Cristianismo también es
todo esto, pero como consecuencia, como reflejo. La madre Iglesia, como
Jesús, enseña con el ejemplo, y las palabras sirven para iluminar el
significado de sus gestos.
La madre Iglesia nos enseña a dar de comer y dar de beber a quien tiene
hambre y sed, a vestir a quien está desnudo. Y ¿cómo lo hace? Lo hace
con el ejemplo de tantos santos y santas que han hecho esto en modo
ejemplar: pero lo hace también con el ejemplo de tantísimos papás y
mamás, que enseñan a sus hijos que lo que nos sobra, es para quien no
tiene lo necesario. Es importante saber esto. En las familias cristianas
más simples ha sido siempre sagrada la regla de la hospitalidad: no
falta nunca un plato y una cama para quien tiene necesidad. Una vez, una
mamá me contaba, en la otra diócesis, que quería enseñar esto a sus
hijos y les decía que hay que ayudar y dar de comer a quien tiene
hambre. Tenía tres hijos, Y un día en el almuerzo – el papá estaba
afuera, en el trabajo – ella estaba con los tres hijos, chiquitos:
siete, cinco y cuatro años, más o menos. Y llaman a la puerta y estaba
un señor que pedía de comer. Y la mamá le dijo: “espera un momento”.
Entró y les dijo a los hijos: “hay un señor allí que pide de comer ¿qué
hacemos? ¡Le damos mamá, le damos! Cada uno tenía en el plato un bife
con papas fritas. Y “le damos, le damos”… Muy bien. Tomemos la mitad de
cada uno de ustedes y le demos la mitad del bife de cada uno de ustedes.
“¡Ah, no mamá, así no va! Es así, tú debes dar de lo tuyo. Y así, esta
mamá, enseñó a los hijos a dar de comer de lo propio. Éste es un hermoso
ejemplo que a mí me ha ayudado tanto. “Pero, no me sobra nada…” Pero
¡da de lo tuyo! Así nos enseña la madre Iglesia. Y ustedes, tantas mamás
que está aquí: saben que es lo que tienen que hacer para enseñar a sus
hijos para que ellos compartan sus cosas con el que tiene necesidad.
La madre Iglesia enseña a estar cerca de quien está enfermo. ¡Cuántos
santos han servido a Jesús en este modo! Y cuántos simples hombres y
mujeres, cada día, ponen en práctica esta obra de misericordia en una
habitación de hospital, o en una casa de reposo, o en la propia casa,
asistiendo a una persona enferma.
La madre Iglesia enseña a estar cerca de quien está en la cárcel. “Pero
padre, no, esto es peligroso, es gente mala”. ¡Pero cada uno de nosotros
es capaz! Escuchen bien esto: cada uno de nosotros es capaz de hacer lo
mismo que ha hecho aquel hombre o aquella mujer que están en la cárcel.
Todos tenemos la capacidad de pecar y de hacer lo mismo, de
equivocarnos en la vida. ¡No es más malo de ti o de mí!
La misericordia supera todo muro, toda barrera y te lleva a buscar
siempre el rostro del hombre, de la persona, y es la misericordia que
cambia el corazón y la vida que puede regenerar una persona y permitirle
de integrarse de nuevo en la sociedad.
La madre Iglesia enseña a estar cerca de quien está abandonado y muere
solo. Es lo que ha hecho la beata Teresa por las calles de Calcuta; es
lo que han hecho y hacen tantos cristianos que no tienen miedo de
apretar la mano a quien está por dejar este mundo. Y también aquí, la
misericordia dona la paz a quien parte y a quien se queda, haciéndonos
sentir que Dios es más grande que la muerte y que permaneciendo en Él,
también la última separación es un “hasta pronto”. Lo había entendido
bien esto la beata Teresa. Pero le decían: “Madre, esto es perder el
tiempo”. Y ella encontraba gente moribunda por la calle, gente a la cual
los ratones de la calle le comenzaban a comer el cuerpo. Y ella, los
llevaba a casa para que murieran limpios, tranquilos, acariciados, en
paz. ¡Ella les daba el “hasta pronto” a todos ellos, eh! Y tantos
hombres y mujeres, como ella, han hecho esto. ¡Los esperan, allí en la
puerta, para abrirles la puerta del Cielo! Ayudar a la gente a morir bien, en paz.
Queridos hermanos y hermanas, así Iglesia es la madre, enseñando a sus
hijos las obras de misericordia. Ella ha aprendido de Jesús este camino,
ha aprendido que esto es lo esencial para la salvación. No basta amar a
quien nos ama. Jesús dice que esto lo hacen los paganos. No basta hacer
el bien a quien nos hace el bien. Para cambiar el mundo y mejorarlo, es
necesario hacer el bien a quien no está en condiciones de
correspondernos, como ha hecho el Padre con nosotros, donándonos a
Jesús. Pero ¿cuánto hemos pagado nosotros por nuestra redención? ¡Nada!
¡Todo gratis! Hacer el bien sin esperar otra cosa en cambio, así, en
contracambio. Así ha hecho el Padre con nosotros y nosotros debemos
hacer lo mismo. ¡Haz el bien y sigue adelante! ¡Qué hermoso es vivir en
la Iglesia, en nuestra madre Iglesia que nos enseña estas cosas que nos
ha enseñado Jesús!
Demos gracias al Señor, que nos da la gracia de tener como madre a la
Iglesia, ella, que nos enseña el camino de la misericordia, que es el
camino de la vida. Demos gracias al Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario